El Soldado que huyó

Se dio cuenta rápidamente, que su cantimplora había quedado en la orilla del río.
El único río en toda la franja este del territorio y ahora estaba solo, cansado, sin agua, y perdido.
Y aún así, estaba sereno.

Nada le preocupaba, nada mas que ella.
No había nada peor en cualquier caso si ella no estaba.
La recordó vívidamente. Como si la tuviera a su lado y caminara de su mano.
Pudo volver a sentir su mirada sobre él como antes de la guerra.
Volvió a sentir ese caminar de gacela que tenía ella, con pisadas suaves, como si flotara.
Como si no quisiera ser percibida.

Sabía que no la volvería a ver.
Estaba solo y su rifle se había mojado. Había perdido la pólvora y su cuchillo era lo único que quedaba. La herida de su cabeza había cerrado por la sangre seca y la de su rodilla le impedía caminar bien.
Sabía que era el final.
Y mientras más fuerte se hacía la presencia de lo inevitable.
Más la podía percibir, percibía más detalles de ella que siempre amó pero que nunca dijo.


Y aún mientras la montaña se encargaba de ocultar toda luz de esperanza del ambiente.
Ella más lo iluminaba, a la distancia, llevándolo, tranquilamente, hacia la muerte.

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